En el apagado silencio de la noche, oscuro como es, vaga un recuerdo. Es la imagen de un hombre que, con ropa de playa, escribe cuanto la oscuridad le dicta sobre el mar, en un viejo escritorio. En el recuerdo no hay ventanas, ni flores, tampoco una mujer que ilumine el rostro del que escribe; hay soledad, y una dicha tan pequeña que entristece.
La gente lo mira compasiva: ¿quién desearía un recuerdo así? Tal vez su propietario, un evocador excéntrico, se aburrió de él y decidió echarlo de su mente; tal vez está extraviado y alguien siente su inefable ausencia.
Lo cierto es que los años se le han venido encima, ya no tiene la precisión de antes. Algunas veces olvida mostrar la silla, la lámpara. Otras aparece el hombre sentado frente al mar, sobre la arena, con el escritorio a un lado.
En ocasiones, siendo la soledad esa línea que demarca el horizonte, de la nada surge, entre las páginas escritas por aquel hombre, descalza, radiante, una mujer. Sus pies no se hunden en la arena.
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