En algún lugar soy el propietario de una tienda de tabaco. Abro a las ocho de la mañana (los fumadores no saben esperar) y me preparo para otro día de venta. Ordeno las vitrinas, charlo con algunos proveedores: no me quejo. El establecimiento es pequeño pero agradable. Predomina el color café, en general es silencioso, el piso es blanco. En las tardes de lluvia miro a través del ventanal y me pongo a recordar no sé qué instantes que me hacen sentir agradecido. Es posible. Se hace más y más real a medida que lo pienso, al otro lado de un agujero negro, en los límites del cosmos.
En algún lugar hay otro que también soy yo. Le gusta su trabajo y sale a caminar los fines de semana. No necesita anteojos, adora la pizza, jamás ha probado el cigarrillo. Cuando sale a correr, corre; cuando es hora de comer, come; cuando va a dormir, duerme. Adivino que también escribe, pero lo hace tras una plácida trinchera y lo hace bien. Sospecho que ninguno de los dos sería mi amigo.